Un ejemplo de como el pasado se puede convertir en un buen argumento para una crónica del presente. Esta vez de la mano de José María Montero, siempre compañero y amigo.
Bajo gruesas capas de papel y desmemoria descubro una joya sepultada, resucita un recuerdo olvidado, reconstruyo un trocito minúsculo de mi pasado que nunca llegó a destruirse pero que parecía condenado al olvido.
No es que uno no tenga memoria, o que quiera olvidar de manera intencionada (¿se puede conseguir algo así?), pero a partir de cierta edad, y con nada que la vida haya sido vivida (aunque parezca una perogrullada no todo el mundo lo consigue), vamos acumulando tal cantidad de recuerdos que finalmente, y como ocurre con los grandes archivos, unos documentos entierran a otros y es fácil perderle la pista a aquella jornada maravillosa, a aquel día funesto, a la imagen de una noche que jamás se repetiría, a los sonidos de un viaje, a los ojos que juramos no olvidar, a las palabras de un amigo…
Todos los veranos cumplo con el…
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